CELEBRACIÓN DE LA MISA CON LAUDES EN LA CXIX ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO
HOMILÍA DE MONSEÑOR PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
12 DE NOVIEMBRE DEL 2025.
Muy estimados hermanos Obispos, los hermanos encargados de organizar nuestra Asamblea, me han pedido que presidiera esta Eucaristía con Laudes. Tal vez han pensado en mí porque, así como invitan a los nuevos integrantes de nuestro Episcopado, así también invitan a los antiguos y, pues como ustedes saben, ya llegué a la edad del retiro, pero llego contento, feliz de pertenecer a este glorioso coro de los apóstoles, que es nuestra Conferencia del Episcopado Mexicano.
El Evangelio nos dice que diez leprosos pidieron a gritos ser curados por el Maestro y Él los envió a presentarse a los sacerdotes. Aunque los diez leprosos partieron, todos tenían fe en las palabras de Jesús y todos fueron curados, pero sólo uno, al ver su cuerpo curado y darse cuenta de su sanación, se asombra. La gratuidad del don recibido, lo conmueve y lo impulsa a regresar con Jesús.
Este hombre es un samaritano, Jesús lo llama extranjero. Así, pues, el samaritano es el único que cambia de dirección y regresa. Es bueno notar que San Lucas, con el verbo “regresar”, regresó, indica la voluntad de cambiar de rumbo y sugiere una conversión del corazón.
El samaritano, entonces reconoce haber recibido una gracia y manifiesta su fe alabando a Dios, al postraste a los pies de Jesús para darle gracias.
La fe, es siempre agradecida, siempre capaz de dar gracias, de reconocer el bien recibido y es la capacidad de glorificar a Dios por ese bien. Nos lleva a creer que todo es gracia, a creer que no sólo lo que tenemos, sino también lo que somos está bajo el signo del don proveniente de Dios y esto lo hace inherentemente Eucarístico.
Notemos también que San Lucas, cuando dice que el samaritano curado se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias, utiliza una palabra que pertenece a la raíz de la palabra Eucaristía.
Por lo tanto, hermanos, podemos decir que, capaz de dar gracias, es el nombre propio del creyente y, con mayor razón, de nosotros como Obispos.
La fe es siempre gratitud. El creyente siempre está agradecido y hace de su vida una acción de gracias, una Eucaristía.
He aquí, hermanos, que estas palabras del Evangelio, reflejan la verdadera conversión personal de un Obispo, que da inicio con la acción de gracias, la Eucaristía, que es un signo de conversión, porque demuestra un cambio interno, pasar de centrarse en las propias necesidades a expresar gratitud a Dios por tantas heridas curadas y bendiciones recibidas en nuestro ministerio Episcopal, alineando la propia vida con los mandamientos divinos.
De hecho, la conversión personal de un Obispo se manifiesta en la renovada orientación de la propia voluntad a la voluntad de Dios, una orientación que se expresa en la oración de acción de gracias, que por excelencia es la Eucaristía y en la lectura llena de fe y esperanza de los signos de los tiempos de la comunidad eclesial, transformando las circunstancias de la vida en una oportunidad para alabar y dar gracias a Dios.
En efecto, la misma índole cristológica y trinitaria de su misterio y ministerio, exigen del Obispo un camino de santidad, que consiste en avanzar progresivamente hacia una madurez espiritual y apostólica cada vez más profunda, caracterizada por la primacía de la caridad pastoral y de la conversión personal del Obispo, pasamos a la conversión pastoral del Obispo, que es un llamado a pasar de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera, en salida.
Esto implica, en cada Obispo, un cambio profundo en su conciencia y su acción pastoral, para formar en su Iglesia particular, una comunidad de discípulos misioneros que viva y anuncie el Evangelio de manera activa y comprometida.
Se basa en la Trinidad como fuente y modelo, buscando una renovación que llegue a todas las personas y estructuras de la Iglesia.
En mi experiencia, considero que, entre las razones de la falta de conversión pastoral de los Obispos, se encuentran la resistencia al cambio, un enfoque excesivo en los aspectos burocráticos y administrativos, en detrimento de los espirituales y pastorales y la falta de formación adecuada en la gestión de los presbíteros y en la gestión de nuestras Iglesias particulares, en su conjunto.
También considero causas de una falta de conversión pastoral, aquellas relacionadas con el apego a las tradiciones institucionales, la pérdida de contacto con la realidad de las personas y una cultura de poder y control, en lugar de servicio.
La continua conversión personal y pastoral, que es necesaria para nuestra vida Episcopal, favorece la sinodalidad, que es necesaria para la vida actual de la Iglesia. Para esto, recordemos, hermanos, que la Iglesia es comunión, así lo reafirmó el sínodo de 1985, dando inicio a la conocida Eclesiología de comunión.
Entonces, la Iglesia es constitutivamente sinodal, estamos llamando a decir: “nosotros”. Ambas afirmaciones no son contradictorias, sino que se complementa.
La Iglesia comunión, si tiene como sujeto, y no puede tener otro, al pueblo de Dios, es una Iglesia sinodal, porque la sinodalidad es la forma que realiza la participación de todo el pueblo de Dios y de cada uno, según su estado y función en la vida y misión de la Iglesia y lo logra mediante la relación entre el sentido de la fe del pueblo de Dios, como forma de participación, en el oficio profético de Cristo y la función de discernimiento de los Obispos, sus pastores.
En el aquí y ahora de nuestro ministerio Episcopal, en la Iglesia que peregrina en México, estamos llamados a seguir, inspirados en la conversión del samaritano curado de su lepra, un itinerario de conversión, que va de la conversión personal, que es primordial, porque es la base de la conversión pastoral, que a su vez desemboca en la conversión sinodal, pues la posición prioritaria que la sinodalidad ocupa en la Iglesia, busca renovarla, fortaleciendo su carácter constitutivo sinodal, es decir, caminar juntos pueblo y pastores, mediante un proceso de escucha, participación y misión, donde la comunión es la meta suprema, el criterio fundamental y la base de las relaciones.
La conversión sinodal del Obispo, además implica un cambio de enfoque para promover la escucha mutua y la escucha del Espíritu Santo. La participación de todos sus sacerdotes y de sus fieles y un ministerio pastoral más inclusivo y misionero, superando la rigidez clericalista.
A este punto, con respeto, quisiera prestar la metáfora de la constelación que el Papa León XIV utiliza en su carta apostólica sobre la educación y aplicarlo a la urgencia de comunión entre nosotros, los Obispos. Hablo de constelación episcopal, para recordar con ustedes que nuestro Episcopado Mexicano es una red viva y plural de iglesias particulares, bien estructurada, eparquías, vicariatos apostólicos, prelaturas territoriales, diócesis, arquidiócesis y arquidiócesis primada y cada una de ellas junto a su pastor es una estrella, tiene su propio brillo, pero todas juntas trazan una ruta, es decir, el camino de la Iglesia en nuestro México.
Donde en el pasado hubo rivalidad y protagonismos unilaterales, hoy se necesita que se conviertan en puntos de encuentro que favorezcan el caminar juntos en la misma dirección, es preciso que converjamos, porque la unidad es nuestra fuerza más profética ante los dramas que enfrenta nuestra nación. Las diferencias en la formación de cada Obispo, en su sensibilidad pastoral, en su método de conducción y de gobierno y en el establecimiento de estructuras eclesiales no son lastres, sino recursos. La pluralidad de carismas al interno de nuestro episcopado, si se coordina bien, compone un cuadro coherente y fecundo. El futuro nos obliga a aprender a colaborar más, a crecer juntos, a ser Obispos con un convencido estilo sinodal.
Estimados hermanos en el episcopado, bien sabemos que, en estos momentos de la historia mexicana, nuestro pueblo grita, grita de dolor, de sufrimiento y de impotencia. Por esto, como Obispos tengamos la valentía de escuchar ese potente grito y de convertirnos con sinceridad y sin vacilación en el ámbito personal, en el ámbito pastoral y en el ámbito sinodal, para que como «glorioso coro de los Apóstoles» unidos en profunda comunión e imitando a aquel samaritano sanado, postrados a los pies de Nuestro Señor Jesucristo, podamos dirigir dignamente la acción de gracias y hacer de nuestro ministerio episcopal una permanente Eucaristía.
Amén.